La biopolitica surge cuando en una sociedad se plasma lo
político no solo en lo ideológico, o en la política del individuo, sino también
en lo corpóreo, en lo físico. Con esto resurge el término aristotélico de zoon
politikón, el hombre como animal político, e invita a indagar la profundidad
del término, mientras se cuestiona nuestra sociedad actual, nuestro individuo
actual. Esta caracterización implica que el hombre es capaz de socializar, de
armar comunidad y establecer asentamientos de población organizada bajo un
esquema de poder, un orden estatal. Esto, al parecer, se limita a lo
ideológico, pero sin duda tiene una repercusión en lo corporal, unos exponentes
fenotípicos que inclinan la dirección evolutiva del hombre aún más. Nuestras
cuerdas vocales evolucionan en función del lenguaje, por ejemplo, y toda
nuestra composición evolucionó en función de un entorno social, bajo la noción
del otro al que hay que aproximarse.
Aun así, el término biopolítica no se le aplicó al
hombre apenas fue capaz de socializar, es un término más reciente acuñado
en las varias sociedades del siglo XVIII cuando se intenta, como forma de
gobierno, disciplinar a las personas y fomentar una “forma de vida verdadera”,
jugando con la identidad, el patriotismo, le glorificación de un género, una
etnia y demás. Más aún, y visible en la actualidad, vemos biopolítica cuando
decisiones del gobierno inciden en temas como la genética, la reproducción, la
calidad de vida y demás temas con repercusiones físicas en el individuo.
Este acercamiento a las incidencias concretas de la
política en el individuo nos permite comprender como sería una sociedad
biopolíticamente estable, o donde la fisiología del ser humano responda
positivamente a toda maniobra política que se le imponga. Bajo la premisa de
biopolítica se puede plantear una sociedad donde no haya conflictos
emocionales, morales e ideológicos entre un individuo y el estado, y lo que
este último dicta. Donde las decisiones de un jurado, por ejemplo, no se verán
cuestionadas bajo un criterio moral, bioético o emocional (entendiendo estos
criterios como resultados de la fisiología humana frente a su capacidad social).
Es decir, hay procesos físicos concretos en el ser humano que generan amor,
odio, miedo y todo tipo de emociones, y en este estado ideal de biopolítica,
dichos procesos se truncan (o no existen completamente) cuando empiezan a
chocar contra el Estado. Una madre, entonces, no lloraría por su hijo cuando es
sentenciado a muerte, luego de ser encontrado culpable de un crimen atroz, pues
su cuerpo no sería capaz de reaccionar de esa manera, su cuerpo responde
positivamente a la orden judicial.
Para concluir, no sería tan atrevido decir que, así
como el hombre evolucionó hasta llegar a ser el animal político al que se
refiere Aristóteles, los dictámenes políticos y las tendencias sociales
actuales podrían encaminar a la humanidad a evolucionar nuevamente en pro de la
biopolítica; una sociedad de individuos cuya fisiología esté en función de y
responda a un estado político, una sociedad similar, e incluso más aberrante,
que la propuesta por Terry Gilliam en Brazil
(1985).
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