El miércoles 18 de mayo de 2016,
el director estadounidense Jim Jarmusch estrenaba en el festival internacional
de cine de Cannes su nueva película, el nombre de esta pequeña nueva película
resulta ciertamente apreciable y sencillo. “Paterson” aludiendo a la ciudad estadounidense
donde sucede la película, y además, al apellido del pequeño personaje.
Interpretado por Adam Driver, Paterson es un conductor de bus en la ciudad que
tiene su apellido, Paterson, Nueva Jersey. La película narra (según han dicho
los que la han podido ver) la vida de un personaje dedicado al rutinario acto
de conducir un bus en una ciudad mediana, pero va mucho más allá.
Lo narra desde su intimidad,
desde su visión de la vida y los poemas que escribe, desde sus sueños y miedos,
a pesar de que él sabe que es un ser pequeño dedicado a conducir un bus. La
película trajo a colación un montón de comentarios sobre la importancia del
realizador de Ohio en las últimas cuatro décadas del cine independiente de
Estados Unidos. No fue el primero ni será el único en hacer películas por
episodio, con repartos corales y situaciones cómicas en las ciudades estadounidenses,
pero si ha sido uno de los primeros en taladras hasta lo más profundo del fenómeno
de la transculturalidad.
Desde “Mystery Train” hasta
nuestra estudiada “Ghost Gog”, y con comentarios sobre lo intercultural y la expansión
de la transculturalidad hacia las ciudades más cosmopolitas del mundo hechos en
“Night on Earth” y como describí en mi anterior publicación sobre la definición dada a ambos
conceptos, Jarmusch ha aplicado con creces las relaciones y encuentro de varias
culturas en películas en las que en cada
plano la ciudad está en segundo término de la imagen, y en primer término están
los personajes. Jarmusch narra la transculturalidad con pulso correcto,
poniendo a las ciudades (Para el caso de Mytery Train es Menphis y de Ghost Dog
es Nueva York) como escenario de la convergencia de ambos fenómenos.
No resulta extraño quienes
influyeron al realizador independiente. La pintura de Edward Hopper, el cine contemplador
y familiar de Yasujiro Ozu, el existencialismo de Michelangelo Antonioni, el
viaje emocional de Wim Wenders, de quien fue asistente de dirección. Toda una reunión
de influencias de dos continentes muy diferentes al de Jarmusch, miradas de
tres contextos lejanos al suyo, pero que le han permitido narrar sobre eso
justamente, sobre las diferencias y las equivalencias poniendo la cámara en los
mismo lugares que estos tres directores, la ciudad y quienes la habitan, sus
familias y sobretodo, en sus emociones.
Jarmusch ha sabido hacer cine
sobre lo cotidiano dejando en el trasfondo a conceptos y fenómenos tan claves
de la historia humana. En su cine el personaje principal son las relaciones
humanas y la vida en las ciudades como escenario de tal acontecimiento. La reunión
de diferentes culturas obliga a la transculturalidad de estas, y en algunos
casos, bajo la amenaza de desaparecer, la reacción de estas es de mantenerse al
margen de la relación, construyendo su asentamiento lejos de la convergencia pero haciendo parte de la
ciudad, una interculturalidad incompleta podríamos decir. Todo bajo el telón
que presenta el continente americano en su totalidad, tierra de interacción de
culturas. Ojala en el cine Latinoamericano, y sobre todo en el colombiano
comencemos a dar una mirada hacia tales fenómenos de los que también hacemos
parte.
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