La construcción colectiva e
individual de la memoria histórica suele ser un consenso de sucesos ampliamente
aceptados por una sociedad como verdades que deben ser tomadas en cuenta para
ser recordadas y en ocasiones conmemoradas o celebradas; el olvido suele estar
de la mano del dolor y de la transgresión que obliga a una de las partes a
tomar la decisión, en algunos momentos históricos de manera unilateral, de
dejar atrás los hechos y de manera amnésica o represiva, como si se tratara del
trauma de un solo hombre, olvidar los momentos que dejan cicatrices en una
sociedad. La ley de punto final en
argentina, donde se dejaba sin judicializar a responsables de hechos atroces
bajo el argumento de “cumplimiento de labores” dejo al país desconcertado y
molesto además de tener un número incontable de victimas que se negaban a tener
un cierre sin justicia a años de dictadura.
El olvido más allá de ser
considerado por algunos como el antropólogo Paul Ricoeur como un estado de transición para la sanación, también
tiene ciertos pasos para ser obtenido y aceptado y como Ricoeur describe al
igual que la psicoanalista Belén Del Rocío Moreno, recordar es la primera parte
de olvidar, la reconstrucción de los recuerdos y en el caso argentino la
restitución de estos como parte de la historia del país, siendo este uno de los
casos como dice el antropólogo donde existe una ruptura entre historia y
memoria, aun teniendo la historia una función crítica sobre la memoria. En el
caso de Rocío Moreno, esta nos propone un ejercicio con un valor narrativo en
el cual la persona que desea olvidar debe primero comunicar de manera escrita
sus memorias, el proceso de esclarecer eventos, y más importante de compartirlos,
vivirlos de nuevo mediante la memoria empieza el proceso del olvido, no de
manera histórica si no para los participantes, en el caso argentino para las víctimas,
que al no darles su papel, la capacidad de comunicar su dolor, no pueden
apartarlo de su memoria.
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