En un intento de causar un impacto reflexivo en los visitantes, quizá de herir algunas sensibilidades y/o de crear un puente entre la "comodidad" de la vida urbana y los reveses del destino, los horrores de la guerra y esa parte funesta de la existencia, la exposición Prohibido Olvidar trae al espacio del museo -contexto bruscamente fuera de contexto- pequeñas muestras de violencia que indagan la consciencia. Escuchamos la pólvora martillada, sonido enajenado proveniente de un juguete, que lejos de transmitir el dolor de las heridas que se están abriendo -porque son los sonidos de la verdadera guerra y de la muerte-, nos ubica en la exploración de un juego electrónico macabro, a tan sólo un botón de distancia de una emisora de radio. Es un juego -consciente o inconsciente- cuyos elementos involucran la brecha de separación entre víctimas, victimarios y espectadores, el cómo se comunican estos hechos lamentables y lo absurdo de matarse los unos a los otros. Para ilustrar el punto anterior -era natural, ya que la guerra es un círculo vicioso, y cada vez hay más de lo mismo-, podemos leer en un muro la declaración de un paramilitar en la que da parte de una de sus andanzas, y donde se puede apreciar claramente el sin sentido de ese deambular asesino al que se dedican este tipo de organizaciones. Frente a ese muro, encontramos, protegidos por una cajita transparente y reluciente, huesos convertidos en objetos: la cosificación de la violencia y cómo se protege, inmunizada por intereses particulares y por la barrera que aquellos ajenos a ella nos imponemos por miedo, una barrera transparente que nos permite ver a una distancia segura. Alguien, quizá, una pincelada de esperanza podría apreciar en este cuadro desolador: en los huesos hay tallados una flauta, unos zapatitos de bebé y un crucifijo. Pero la ambigüedad del mensaje se inclina más hacia lo espeluznante: el sonido de esa flauta no es otro que los silbidos de las balas volando, el bebé que calzó dichos zapatitos es uno de tantos como aquel que reposa en los brazos de la madre suplicante del Guernica, y el crucifijo, símbolo menos de espiritualidad y cristiandad, es la marca bajo la cual yace un muerto y es el signo de la confrontación.
No podemos olvidar lo que no nos ha tocado.
Un comentario entre crítico y sensible que transmite el sentir de la exposición.
ResponderEliminarLo no tocado habría que discutirlo.