lunes, 8 de junio de 2015

Apuntes sobre Falsos Positivos e Impunidad.


Falsos positivos (2009) e Impunidad (2010) son dos documentales que tienen lugar en un mismo contexto temporal, geográfico, social y político, y cuyos núcleos temáticos se relacionan entre sí y hacen parte de una sintomatología nacional del conflicto armado interno. Sin embargo, la naturaleza de los temas a documentar es muy distinta. Falsos positivos se encarga de traer a colación este tema, tema que por supuesto está rodeado de tinieblas, del que no existe mayor registro y que, por lo menos comparativamente, puede considerarse un tema más específico que panorámico. Por su parte, Impunidad se concentra en un proceso histórico: la desmovilización de las Autodefensas Unidas de Colombia y en general lo que significaron y significan los oscuros recovecos de la Ley de Justicia y Paz. Este proceso, incluyendo sus antecedentes, aún con sus oscuridades inevitables, es por lo menos en principio un fenómeno público, del que existe un extenso registro audiovisual previo, y del que se puede tomar registro audiovisual mientras sucede (a diferencia del fenómeno de los falsos positivos). Esto, sumado a la magnitud histórica del acontecimiento, determina el abordaje panorámico del tema del documental. Establecida esta diferencia, analizaré las películas por separado.

Entendiendo la forma como el significante en la urdimbre semiótica de la que habla Geertz en su primer capítulo de La interpretación de las culturas, el tratamiento formal de Falsos Positivos evidencia la mirada interpretativa de los realizadores, que se traduce en una brecha infranqueable entre los representantes de las instituciones (el Estado, organizaciones internacionales), y las víctimas. Así, al introducir a los primeros, lo hacen situándolos en un entorno absolutamente controlado, artificioso. La iluminación tiene más de puesta en escena que de documental directo, hay focos de luz puntuales que resaltan, por un lado, al funcionario, y por otro, a algún símbolo, de manera que los planos de este tipo parecerían constituirse como signos icónicos (el funcionario) y simbólicos (banderas, logotipos), mientras que los planos de las víctimas (así como sus voceros e incluso el señalado victimario) se presentan desnudos, incluso descuidados (sin maquillaje, sin iluminación artificial, etc.), como si lo que se pretendiera fuera presentar estas imágenes como signos indiciales de la realidad. De esta manera, los funcionarios no se representan a sí mismos, es decir, no se presentan como índices de lo real, sino que hacen referencia a nociones abstractas (la ley, la justicia, el Estado, etc), evidenciando de esta manera la profunda escisión entre los ciudadanos-víctimas y las instituciones que pretenden representarlos. Sin embargo los realizadores introducen un mecanismo más bien estilístico que puede, si bien muy tímidamente, ser un elemento de distanciamiento: los planos, todos, se ven interrumpidos de vez en cuando por otros grabados simultáneamente desde un ángulo distinto, con la diferencia de que estos últimos se presentan en blanco y negro. Así, a través de este gesto, los realizadores podrían estar evidenciando su intervención sobre el material, esto es, rompiendo el vínculo entre lo real y su mero signo indicial, develando la distancia entre el mundo fenoménico y su interpretación.

Por su parte, Impunidad[1] nos presenta un universo social menos dicotómico y mucho más complejo. Los realizadores dan cuenta de un proceso monumental, verdaderamente exhaustivo, en donde por momentos pareciera que todo fue registrado. La estructura narrativa parece sacada de la ficción, con tintes incluso del cine policíaco (un policíaco terriblemente complejo y absurdo que por momentos recuerda a la novela de R. Bolaño 2666), lleno de tramas, subtramas y puntos de giro, lleno de imágenes contundentes (funcionarios junto a cientos de folios como si se tratara de El proceso de Kafka, el pequeño ataúd demasiado grande para la fosa, como si se tratara de una obra de Ionesco), todo lo cual produce la idea de una realidad libresca que se escapa a toda comprensión. En cuanto a los actores sociales, podemos encontrar víctimas, representantes civiles, instituciones, victimarios, medios de comunicación, y por último, una cabeza virtual pero definida (sólo se lo ve a través de alocuciones televisivas) representada por el presidente de la república Álvaro Uribe Vélez. En este caso las víctimas dejan de ser meros individuos, como en el caso de Falsos Positivos, y se constituyen como masa, como cuerpo social cohesionado y digno; los victimarios dejan de estar en las antípodas de las víctimas y se sitúan en un problemático plano intermedio en donde se presentan a sí mismos como intermediarios de una fuerza superior a ellos (empresarios, políticos anónimos); los medios de comunicación se hacen activos en el proceso (legitiman, critican o tergiversan los acontecimientos); etc., de manera que la interpretación supera la ingenuidad del maniqueísmo prosaico (no por esto es relativista, todo lo contrario: hay señalamientos claros) y da cuenta de la enorme complejidad del fenómeno social. Por último, hay un elemento que me parece enormemente significativo: durante el documental nos encontramos una y otra vez con un plano aéreo de la selva, acompañado de la voz incorpórea y profunda del narrador, que no habla en un lenguaje coloquial sino más bien poetizante (se reitera, como si se tratara de versos en un poema, ¿cuántos son los muertos/cuántos los desaparecidos?), de manera que lo que se transmite es la idea de un narrador (una entidad) ubicuo, no relegado al punto de vista del sujeto sino a las alturas: una mirada objetiva. Es más que probable que este mecanismo apunte a reforzar la idea del documental no como interpretación explícita de la realidad, sino como extensión de la realidad misma.



[1] Cabe aclarar que su nombre original no es Impunidad, sino Impunity, y que los créditos están escritos en francés. 

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