Falsos positivos (2009) e Impunidad (2010) son dos documentales que
tienen lugar en un mismo contexto temporal, geográfico, social y político, y
cuyos núcleos temáticos se relacionan entre sí y hacen parte de una sintomatología
nacional del conflicto armado interno. Sin embargo, la naturaleza de los temas
a documentar es muy distinta. Falsos
positivos se encarga de traer a colación este tema, tema que por supuesto
está rodeado de tinieblas, del que no existe mayor registro y que, por lo menos
comparativamente, puede considerarse un tema más específico que panorámico.
Por su parte, Impunidad se concentra
en un proceso histórico: la desmovilización de las Autodefensas Unidas de
Colombia y en general lo que significaron y significan los oscuros recovecos de
la Ley de Justicia y Paz. Este proceso, incluyendo sus antecedentes, aún con
sus oscuridades inevitables, es por lo menos en principio un fenómeno público,
del que existe un extenso registro audiovisual previo, y del que se puede tomar
registro audiovisual mientras sucede (a diferencia del fenómeno de los falsos
positivos). Esto, sumado a la magnitud histórica del acontecimiento, determina
el abordaje panorámico del tema del
documental. Establecida esta diferencia, analizaré las películas por separado.
Entendiendo la forma como el significante en la
urdimbre semiótica de la que habla Geertz en su primer capítulo de La interpretación de las culturas, el
tratamiento formal de Falsos Positivos
evidencia la mirada interpretativa de
los realizadores, que se traduce en una brecha infranqueable entre los
representantes de las instituciones (el Estado, organizaciones internacionales),
y las víctimas. Así, al introducir a los primeros, lo hacen situándolos en un
entorno absolutamente controlado, artificioso. La iluminación tiene más de
puesta en escena que de documental directo, hay focos de luz puntuales que
resaltan, por un lado, al funcionario, y por otro, a algún símbolo, de manera
que los planos de este tipo parecerían constituirse como signos icónicos (el
funcionario) y simbólicos (banderas, logotipos), mientras que los planos de las
víctimas (así como sus voceros e incluso el señalado victimario) se presentan
desnudos, incluso descuidados (sin maquillaje, sin iluminación artificial, etc.),
como si lo que se pretendiera fuera presentar estas imágenes como signos
indiciales de la realidad. De esta manera, los funcionarios no se representan a
sí mismos, es decir, no se presentan como índices de lo real, sino que hacen
referencia a nociones abstractas (la ley, la justicia, el Estado, etc),
evidenciando de esta manera la profunda escisión entre los ciudadanos-víctimas
y las instituciones que pretenden representarlos. Sin embargo los realizadores
introducen un mecanismo más bien estilístico que puede, si bien muy
tímidamente, ser un elemento de distanciamiento: los planos, todos, se ven
interrumpidos de vez en cuando por otros grabados simultáneamente desde un
ángulo distinto, con la diferencia de que estos últimos se presentan en blanco
y negro. Así, a través de este gesto, los realizadores podrían estar evidenciando
su intervención sobre el material, esto es, rompiendo el vínculo entre lo real
y su mero signo indicial, develando la distancia entre el mundo fenoménico y su
interpretación.
Por su parte, Impunidad[1]
nos presenta un universo social menos dicotómico y mucho más complejo. Los
realizadores dan cuenta de un proceso monumental, verdaderamente exhaustivo, en
donde por momentos pareciera que todo
fue registrado. La estructura narrativa parece sacada de la ficción, con tintes
incluso del cine policíaco (un policíaco terriblemente complejo y absurdo que
por momentos recuerda a la novela de R. Bolaño 2666), lleno de tramas, subtramas y puntos de giro, lleno de
imágenes contundentes (funcionarios junto a cientos de folios como si se
tratara de El proceso de Kafka, el
pequeño ataúd demasiado grande para la fosa, como si se tratara de una obra de
Ionesco), todo lo cual produce la idea de una realidad libresca que se escapa a
toda comprensión. En cuanto a los actores sociales, podemos encontrar víctimas,
representantes civiles, instituciones, victimarios, medios de comunicación, y
por último, una cabeza virtual pero definida (sólo se lo ve a través de
alocuciones televisivas) representada por el presidente de la república Álvaro
Uribe Vélez. En este caso las víctimas dejan de ser meros individuos, como en
el caso de Falsos Positivos, y se
constituyen como masa, como cuerpo social cohesionado y digno; los victimarios
dejan de estar en las antípodas de las víctimas y se sitúan en un problemático
plano intermedio en donde se presentan a sí mismos como intermediarios de una
fuerza superior a ellos (empresarios, políticos anónimos); los medios de
comunicación se hacen activos en el proceso (legitiman, critican o tergiversan
los acontecimientos); etc., de manera que la interpretación supera la
ingenuidad del maniqueísmo prosaico (no por esto es relativista, todo lo
contrario: hay señalamientos claros) y da cuenta de la enorme complejidad del
fenómeno social. Por último, hay un elemento que me parece enormemente
significativo: durante el documental nos encontramos una y otra vez con un
plano aéreo de la selva, acompañado de la voz incorpórea y profunda del
narrador, que no habla en un lenguaje coloquial sino más bien poetizante (se
reitera, como si se tratara de versos en un poema, ¿cuántos son los muertos/cuántos los desaparecidos?), de manera que
lo que se transmite es la idea de un narrador (una entidad) ubicuo, no relegado
al punto de vista del sujeto sino a las alturas: una mirada objetiva. Es más
que probable que este mecanismo apunte a reforzar la idea del documental no
como interpretación explícita de la
realidad, sino como extensión de la
realidad misma.
[1] Cabe aclarar que su nombre original no es Impunidad, sino Impunity,
y que los créditos están escritos en francés.
Revisé esté texto de forma impresam bienn que esté online
ResponderEliminar