miércoles, 15 de abril de 2015

Juan Carlos Sánchez

Lo que se olvida al recordar.

Por lo general, las nociones de memoria y olvido tienden a entenderse a manera de dicotomía irreconciliable, en donde cada una adquiere una suerte de carga moral (naturalmente, la memoria es lo bueno, y el olvido lo malo) que define su inclusión en las categorías éticas de lo políticamente correcto y lo políticamente incorrecto. Así, el olvido es entendido como una suerte de pandemia social que sólo puede ser combatida por el discurso políticamente correcto de La memoria. Sin embargo, habría que preguntarse a qué clase de olvido nos referimos al apropiarnos de este discurso. Lo primero que habría que aclarar es que el olvido hace parte de la dialéctica de la memoria, en donde necesariamente existe lo que se recuerda y lo que se olvida.

De ahí que el trabajo de la memoria sea necesariamente un trabajo de recuerdo y olvido. La decisión explícita sobre qué recordar trae siempre consigo una decisión implícita más problemática: ¿qué olvidar?. La conformación de una Comisión Histórica supone una pregunta mucho más compleja: ¿qué debemos olvidar todos?. Pues la escritura de la Historia nunca es un ejercicio deliberadamente aislado, ensimismado, que se basta a sí mismo; sino que, por el contrario, su intención gira siempre en torno a la “construcción de memoria”, pseudo-eufemismo que se refiere más bien a la imposición de una memoria sobre las otras, y de unos olvidos sobre los otros.

Según la taxonomía del olvido que propone Ricœur en su capítulo sobre el olvido y el perdón[1], en Colombia nos movemos, como peces en el agua, sobre tres formas de olvido, a saber: el pasivo, el evasivo, y el activo. O sea, todos. El olvido pasivo es el más generalizado y sobre el que es más fácil hablar, formarse opiniones políticamente correctas y/o lanzar sentencias y frases ingeniosas. “Quien no conoce su historia está condenado a repetirla”, es buenísima, por ejemplo. Este olvido encuentra su fundamento en la acción, es decir, el acontecimiento pretérito es inmediatamente reemplazado por uno presente, de manera que el ejercicio de la memoria se hace imposible al encontrarse sumergido en un eterno presente místico, que en Colombia llamamos simplemente “el rebusque”.

Sin embargo son las otras dos formas de olvido (el olvido evasivo y el activo) las que comúnmente entran en juego a la hora de hablar de construcción de memoria. El olvido evasivo es por regla general (por lo menos por aquí) el Olvido de la Historia Oficial. No se niega abiertamente, no se entierra el recuerdo, sino que se deja de lado, se omite, se esquiva, y sólo lo necesario es legitimado por la Historia con mayúscula. En parte esta sensación motivó la intervención de una participante de la conferencia, quien cuestionó la visión romántica/ingenua de María Emma Wills sobre el Frente Nacional, época en la que hubo “un récord de matriculados en la Universidad Nacional” (sí, pero, ¿y cuando el chiquito Lleras metió al ejército al campus en el 68, qué?). Por su parte, el olvido activo niega directamente el recuerdo, busca borrar su inscripción, eliminarlo en un sentido profundo. Negar la existencia de un conflicto armado en Colombia, por ejemplo, es una manera de reproducir y perpetuar este olvido activo. Negar la responsabilidad directa de los grupos subversivos en el tema de víctimas, es hacer otro tanto.

Justamente lo valioso del texto de la Comisión Histórica es que, en palabras de Ricœur[2], “supera el umbral” de estos niveles hacia un olvido selectivo. “Dicho olvido es consustancial a la operación de elaborar una trama: para contar algo, hay que omitir numerosos acontecimientos […] considerados no significativos o no importantes desde el punto de vista de la trama privilegiada. La posibilidad de contar algo de otra manera es fruto de esa actividad selectiva que integra el olvido activo en el trabajo del recuerdo.” (Ricœur, 1999, p.59). Me parece que, entendiendo la historia como recopilación de olvidos, este nivel selectivo es el más interesante. Porque permite la inclusión de relatos plurales (que no marginales) y así, dejar de pensar en términos de Historia Oficial para dar cabida a las Historias del país. Ahora, si bien me parece un buen comienzo, creo también que hay que mantener una perspectiva clara en torno al para qué de la historia ¿para satisfacer el deseo de recordar?, ¿en aras de la verdad historiográfica?, ¿para la utilidad del país?, etc.; en este orden de ideas, la historia tampoco puede ser un compilado de discursos inconexos e irreconciliables, pues en ese caso no tendría sentido reunir este tipo de esfuerzos para construir memoria (olvidos). “Existe un grado de insomnio y de exceso (Übermass) del sentido histórico que perjudica a lo vivo y acaba por destruirlo, ya se trate de un hombre, de un pueblo o de una cultura.”[3]  





[1] Paul Ricœur habla en principio de dos tipos de olvido: en un nivel profundo (la memoria como inscripción, retención o conservación del recuerdo), y en un nivel manifiesto (memoria como función de la evocación). Éste último es el tipo de olvido que le atañe al ejercicio de la historia, y en él encontramos las tres formas o niveles que se mencionan a continuación. Paul Ricœur. (1999). El olvido y el perdón. En La lectura del tiempo pasado: Memoria y Olvido, p.53-59. Madrid: Universidad Autónoma de Madrid.
[2] Ibíd, pág. 59.
[3] F. Nietzsche citado por Paul Ricœur. Ibíd, pág. 61.

1 comentario:

  1. Una reflexión recurrente sobre el olvido y el recuerdo con base en elementos de Ricoeur y la presentación de la comisión de memoria histórica, fomalmente muy bien elaborado con un adecuado uso de bibliografía.

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