Lo que se olvida al recordar.
Por lo general, las nociones
de memoria y olvido tienden a entenderse a manera de dicotomía irreconciliable,
en donde cada una adquiere una suerte de carga moral (naturalmente, la memoria
es lo bueno, y el olvido lo malo) que define su inclusión en las categorías
éticas de lo políticamente correcto y
lo políticamente incorrecto. Así, el olvido es entendido como una suerte
de pandemia social que sólo puede ser
combatida por el discurso políticamente correcto de La memoria. Sin embargo, habría que preguntarse a qué clase de olvido nos referimos al apropiarnos de
este discurso. Lo primero que habría que aclarar es que el olvido hace parte de
la dialéctica de la memoria, en donde necesariamente existe lo que se recuerda y lo que se olvida.
De ahí que el trabajo de la
memoria sea necesariamente un trabajo de recuerdo y olvido. La decisión
explícita sobre qué recordar trae
siempre consigo una decisión implícita más problemática: ¿qué olvidar?. La
conformación de una Comisión Histórica supone una pregunta mucho más compleja:
¿qué debemos olvidar todos?. Pues la
escritura de la Historia nunca es un ejercicio deliberadamente aislado,
ensimismado, que se basta a sí mismo; sino que, por el contrario, su intención
gira siempre en torno a la “construcción de memoria”, pseudo-eufemismo que se refiere
más bien a la imposición de una
memoria sobre las otras, y de unos
olvidos sobre los otros.
Según la taxonomía del olvido que propone
Ricœur en
su capítulo sobre el olvido y el perdón[1],
en Colombia nos movemos, como peces en el agua, sobre tres formas de olvido, a
saber: el pasivo, el evasivo, y el activo. O sea, todos. El olvido pasivo es el más generalizado y
sobre el que es más fácil hablar, formarse opiniones políticamente correctas y/o
lanzar sentencias y frases ingeniosas. “Quien no conoce su historia está
condenado a repetirla”, es buenísima,
por ejemplo. Este olvido encuentra su fundamento en la acción, es decir, el acontecimiento pretérito es inmediatamente
reemplazado por uno presente, de manera que el ejercicio de la memoria se hace
imposible al encontrarse sumergido en un eterno
presente místico, que en Colombia llamamos simplemente “el rebusque”.
Sin embargo
son las otras dos formas de olvido (el olvido evasivo y el activo) las
que comúnmente entran en juego a la hora de hablar de construcción de memoria. El olvido evasivo es por regla general
(por lo menos por aquí) el Olvido de la
Historia Oficial. No se niega abiertamente, no se entierra el recuerdo,
sino que se deja de lado, se omite, se esquiva, y sólo lo necesario es
legitimado por la Historia con mayúscula. En parte esta sensación motivó la
intervención de una participante de la conferencia, quien cuestionó la visión
romántica/ingenua de María Emma Wills sobre el Frente Nacional, época en la que
hubo “un récord de matriculados en la Universidad Nacional” (sí, pero, ¿y
cuando el chiquito Lleras metió al ejército al campus en el 68, qué?). Por su
parte, el olvido activo niega directamente el recuerdo, busca borrar su
inscripción, eliminarlo en un sentido profundo. Negar la existencia de un
conflicto armado en Colombia, por ejemplo, es una manera de reproducir y
perpetuar este olvido activo. Negar
la responsabilidad directa de los grupos subversivos en el tema de víctimas, es
hacer otro tanto.
Justamente
lo valioso del texto de la Comisión Histórica es que, en palabras de Ricœur[2],
“supera el umbral” de estos niveles hacia un olvido selectivo. “Dicho olvido es consustancial a la operación de elaborar una trama: para contar algo,
hay que omitir numerosos acontecimientos […] considerados no significativos o
no importantes desde el punto de vista de la trama privilegiada. La
posibilidad de contar algo de otra manera es fruto de esa actividad selectiva
que integra el olvido activo en el trabajo del recuerdo.” (Ricœur, 1999,
p.59). Me parece que, entendiendo la historia como recopilación de olvidos,
este nivel selectivo es el más
interesante. Porque permite la inclusión de relatos plurales (que no
marginales) y así, dejar de pensar en términos de Historia Oficial para dar
cabida a las Historias del país.
Ahora, si bien me parece un buen comienzo, creo también que hay que mantener
una perspectiva clara en torno al para
qué de la historia ¿para satisfacer el deseo de recordar?, ¿en aras de la
verdad historiográfica?, ¿para la utilidad del país?, etc.; en este orden de
ideas, la historia tampoco puede ser un compilado de discursos inconexos e
irreconciliables, pues en ese caso no tendría sentido reunir este tipo de esfuerzos
para construir memoria (olvidos). “Existe
un grado de insomnio y de exceso (Übermass)
del sentido histórico que perjudica a lo vivo y acaba por destruirlo, ya se
trate de un hombre, de un pueblo o de una cultura.”[3]
[1] Paul Ricœur habla en principio de dos tipos de olvido: en un nivel profundo
(la memoria como inscripción, retención o conservación del recuerdo), y en un
nivel manifiesto (memoria como función de la evocación). Éste último es el tipo
de olvido que le atañe al ejercicio de la historia, y en él encontramos las
tres formas o niveles que se mencionan a continuación. Paul Ricœur. (1999). El olvido y el perdón. En La lectura del tiempo pasado: Memoria y
Olvido, p.53-59. Madrid: Universidad Autónoma de Madrid.
[2] Ibíd, pág. 59.
[3] F. Nietzsche citado
por Paul Ricœur. Ibíd, pág. 61.
Una reflexión recurrente sobre el olvido y el recuerdo con base en elementos de Ricoeur y la presentación de la comisión de memoria histórica, fomalmente muy bien elaborado con un adecuado uso de bibliografía.
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