Con la memoria, todos estamos familiarizados con recordar a una persona, o un lugar, o un evento en nuestro propio pasado. Del mismo modo, todos estamos acostumbrados a la experiencia del olvido, tal como un nombre propio, o el nombre del restaurante que fuimos hace años. Todos aprendimos historia en el colegio, la historia de nuestro país, de nuestro estado, de Europa en la Edad Media, y así sucesivamente. Por encima de todo, nos gusta conocer la historia y asimismo consumimos novelas, películas, series, reseñas, documentales históricos.
La historia de la filosofía nos enseña que mientras tomamos por sentado las experiencias de la memoria y el olvido, hay profundos problemas filosóficos, que datan de los primeros días de la filosofía. Preguntas como ¿dónde está la memoria cuando no estamos pensando en eso?, no se pierde porque podemos recordar con algo esfuerzo, o, a veces simplemente viene a nosotros sin siquiera intentarlo. ¿Cómo funciona la memoria en tanto podemos recordar algo? ¿Cómo puede algo que hemos experimentado en el pasado utilizarse de nuevo en el presente? Estas preguntas han desconcertado a los filósofos y psicólogos desde Platón hasta la actualidad. Además, cuando olvidamos, ¿a dónde van los recuerdos y las imágenes? Y, ¿por qué algunos desaparecen y otros no? ¿De dónde provienen de los recuerdos reprimidos que se reconstituyen en el psicoanálisis?
Con respecto a la historia, ¿cuál es su relación con la memoria? Y, ¿cuál es la diferencia entre la historia y la ficción, un libro de historia y una novela? ¿Cómo los historiadores establecen la veracidad y exactitud de sus relatos? ¿Hay una verdad histórica objetiva, o es toda la historia de una construcción desde un punto de vista particular, que expresa los intereses de aquellos que tienen el poder de escribirlo? De estas preguntas, es evidente que cada uno es digno de un estudio separado, pero que ninguno de ellos se puede entender completamente sin referencia a las otras dos. La memoria debe ser analizada en conjunto con su opuesto, el olvido. Y la historia es siempre una tensión, un tire y hale, entre la memoria y el olvido; que depende de la primera y es un antídoto para la segunda.
Ricoeur propone y establece dos polos que parecen contradictorios o incompatibles, de cierta forma, y luego busca un punto medio. Así, desde el título del capítulo, se puede pensar que el texto es una mediación entre la memoria y el olvido. Sin embargo, las relaciones son mucho más complejas que eso.
En primer lugar nos habla del olvido profundo que se divide en dos tipos de olvido, el olvido inexorable que trata de borrar la huella de lo que hemos aprendido o vivido, sitúa al concepto de olvido en la metacategoría de la destrucción, allí menciona a Aristóteles y lo recuerda pues es él quien asigna el poer devastador del olvido al efecto cuasimaléfico del tiempo. En seguno lugar se encuentra el olvido de lo inmemorial, es decir, el origen, los acontecimientos de los que no podemos acordarnos y sin embargo, nos hacen ser lo que somos.
Además menciona un ejemplo de la paradoja de Heidegger en el que afirma que el olvido posibilita la memoria, sin la existencia de uno, se daría la ausencia del otro. "Al igual que la espera sólo es posible sobre la base del estar a la expectativa, el recuerdo sólo es posible sobre la base e olvidad y no a la inversa, pues lo sido, a modo de olvido, 'abre' primariamente el horizonte dentro del cual el dasein (existencia), perdido en la 'exterioridad' de aquello por lo que se preocupa, puede recordar."
El lenguaje puede modificar también la memoria en cuanto la frase "el pasado ya no es" denota desaparición, ausencia, está ausente respecto a nuestra pretensión de actuar sobre él, de tenerle a nuestro alcance. Mientras que la frase "el pasado ha sido", denota completa anterioridad respecto a todo acontecimiento fechado, recordado u olvidado.
Es uno de los trabajos que más he disfrutado leer, plantea varios niveles de análisis sobre la memoria, revisa preguntas claves, discute con Ricoeu; ameno.
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