viernes, 25 de marzo de 2016

Responsabilidad ética del realizador de mostrar escenas explícitas en redes mediáticas



Lucas Noreña
Andrés Ángel

Quizá algo que en Colombia somos, y mucho, es mojigatos. Tenemos una cultura donde lo que juzgamos y con lo que normalmente tenemos una actitud inquisidora, en verdad representa pulsiones y deseos internos que nos da miedo o vergüenza reconocer.
Así, con la censura de la violencia, el sexo y los tabúes que podemos encontrar en ciertos estilos de vida o acciones puntuales, encontramos un ejemplo claro de ello. En todo caso, a nivel mundial en las últimas décadas es cierto decir que la sociedad ha eclosionado y se ha despojado de ciertas ataduras morales (Casi todas de carácter religioso) que incluyen entre otras el morbo y los tapujos que normalmente habrían escandalizado al público promedio. De nuevo, Colombia es un país lleno de motivos para escandalizarnos históricamente pero las barreras de hipocresía han permitido establecer códigos de exhibición de las imágenes fuertes, quizá sin tener en cuenta que la importancia de la explicitud no radica en su contenido gráfico, sino en el mero hecho de que existan.
Si hay una bala, una gota de sangre, un seno o un pene, diremos que no queremos ver estas cosas en las pantallas; mucho menos que lo vean nuestros hijos. El sentido de esta reflexión sobre la ética de exhibir contenidos gráficamente polémicos está en encontrar dónde radica la polémica. Si un niño muere de hambre en la Guajira a diario, ¿Es polémica la ausencia de alimentos en su estómago y su condena de muerte por inanición, o son polémicos sus alaridos agonizantes y extrema delgadez en el noticiero en horario de Prime Time? Va de hecho más allá de fondo el cuestionamiento; la labor ética de exhibir, de mostrar, como toda ética, puede basarse en un principio de causalidad y puede que la pregunta más importante sea si es la labor periodística o audiovisual la que prima sobre una realidad “Inmanente”, o si esta realidad que se pretende cambiar prima expresamente sobre la labor morbosa y amarillista.

Asumimos que el amarillismo existe porque existe una realidad, y su inmanencia es interesante cuestionarla como tal.

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